Loving Vincent

El jueves 11 de octubre, en la Casa Municipal de Cultura, dentro de la programación “Cine con Otros Ojos”, se proyectará “Loving Vincent””, de Dorota Kobiela y Hugh Welchman, en sesiones de 6 y 8:30 de la tarde, con la localidad a 3´50 euros.

SINOPSIS DE LA PELICULA: Primer largometraje compuesto por pinturas animadas, "Loving Vincent" es un film homenaje a Van Gogh en el que cada fotograma es un cuadro pintado al óleo, tal y como el propio Vincent lo hubiera ejecutado. Sus 95 minutos de duración están compuestos por 56.800 fotogramas que han sido pintados, uno a uno, por una gran cantidad de excelentes artistas a lo largo de varios años, todos inspirándose en el estilo magistral de Van Gogh.

COMENTARIO: Con amor, Vincent. En junio de 2017 se estrenaba Loving Vincent en el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy, recibiéndo su Premio del Público. Durante más de cinco años, cientos de artistas y técnicos habían sumado su talento para culminar esta obra única en la historia de la cinematografía: un largometraje que dinamiza pinturas ejecutadas al óleo mimetizando el estilo de Van Gogh y dibujos monocromos de perfiles más realistas. En concreto, 65.000 originales trasladados a otros tantos fotogramas que nos acercan retazos de la vida y cuestiones inquietantes sobre la muerte del inmenso creador holandés.

Un trabajo ingente ideado por la directora polaca Dorota Kobiela (que en 2011 realizó La máquina voladora, combinando diseños en 3D con actores reales) y su esposo, el cineasta y productor británico Hugh Welchman. El propósito inicial de la primera -confeccionar un corto animado como homenaje a Van Gogh- derivaría pronto hacia este proyecto gigantesco. Contagiados tal vez por la incansable laboriosidad del pintor (autor, en apenas diez años de actividad artística, de más de 750 lienzos, 148 acuarelas, 1.600 dibujos y 800 misivas), dedicaron tres años a escribir el guion y perfilar su desarrollo, basándose principalmente en la profusa correspondencia  que Vincent mantuvo con su hermano y esforzado protector Theo, y en las crecientes tesis que vienen a negar el supuesto suicidio del artista, apuntando a que éste habría recibido un disparo accidental de René Secrétan, un joven botarate al que frecuentaba en Auvers sur Oise, el pueblecillo francés próximo a París en que pasó sus últimas semanas.

Concluido el guion, tarea en la que la pareja contó con la colaboración del poeta Jacek Dehnel, y superado el dificultoso reto de conseguir financiación (cinco millones de euros) para un propósito tan peculiar como arriesgado, llegó el momento de reunir a profesionales idóneos para trazar los miles de originales precisos. La convocatoria atrajo rápidamente a más de 5.000 optantes, entre los que se seleccionó a 125, provenientes de una treintena de países, capaces de copiar con celeridad y destreza óleos del artista, asimilar conocimientos avanzados de animación, y soportar jornadas cotidianas de más de doce horas... durante los dos años que exigió esta nueva fase. Entre tanto, directores y supervisores controlaban, corregían y validaban a diario el trabajo de los artistas, intentando al tiempo mantener la cohesión entre autores acostumbrados a un trabajo marcadamente individual. Otros aspectos -como la participación de intérpretes reales en los que se basaba la gestualidad y movimiento de los dibujos- venían a sumarse a la complejidad de la empresa.

Seis meses más, volcados en la grabación y montaje de las imágenes, completarían esta aventura inédita. Loving Vincent se alineaba así junto a las numerosas películas que, con mayor o menor acierto, se han inspirado en la existencia del pintor: el oscarizado cortometraje Van Gogh (1948), de Alain Resnais, basado exclusivamente en tomas de sus lienzos; El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956), que reportaría un Oscar como Mejor Actor Secundario a Anthony Quinn por su interpretación de Paul Gauguin; el onírico fragmento de Los sueños de Akira Kurosawa (1990); Vincent y Theo (Robert Altman, 1990); la intensa Van Gogh de Maurice Pialat (1991); Los ojos de Van Gogh (Alexander Barnett, 2005)...

¿Es la que hoy presentamos una obra “redonda”? En opinión del firmante -admirador devoto desde siempre del artista-, no. No, pese al esplendor insólito de muchas de sus secuencias y a la intensa emoción palpable en otras tantas. No, pese a la habilidad con que sus realizadores introducen dudas más que razonables sobre las circunstancias que rodearon el final del genio. No, pese a la voluntad generosa de cuantos han construido este largometraje de divulgar el azaroso periplo de quien -reconocido póstumamente como uno de los grandes impulsores del arte moderno, cuyas obras alcanzan cotizaciones astronómicas- sólo logró vender en vida un lienzo: “La viña roja”, por el que Anna Boch, hermana de un amigo, pagó cuatrocientos francos en enero de 1890, próxima ya la muerte de Vincent.

¿Y por qué no, entonces? A mi juicio, por las limitaciones dramáticas del relato, debilidad que sin duda habría resuelto un guionista avezado. Y por la falta de uniformidad en el tratamiento estilístico que algunas de las imágenes muestran puntualmente respecto al conjunto. Fallos que -lo confieso- no me han impedido repetir hasta el momento seis o siete visionados del largometraje. Incoherencia ésta, diría yo, dispensable en quien no puede pasar junto a la vivienda que ocupa la esquina de la calle Independencia con el paseo de la Arboleda (sí, ese encantador trasunto de “La casa amarilla” arlesiana) sin dedicar un recuerdo a aquel hombre sensible y desgraciado que un día abandonó su Zundert natal para abrirnos los ojos al fuego a veces doloroso de la belleza.